De la lesión al milagro: nuestra experiencia con el Método Doman - Parte 1

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Parte 1: Introducción y cómo iniciamos con el Método

Esta es la historia de mi hijo Rubén Iram Bustamante, quien fue diagnosticado con microcefalia y a quien le pronosticaron solo 18 meses de vida.

Le pregunté a uno de los tantos médicos que consultamos por qué decían que mi hijo sería como un vegetal, si él se movía. Su respuesta fue que, conforme creciera, su lesión cerebral se notaría mucho más, pues su cerebro no tendría la capacidad suficiente; su cuerpo crecería, pero su cerebro no. Junior no podría adquirir nuevas funciones y comenzaría a perder las que ya tenía, hasta quedar en estado vegetativo. Crecería, pero no de acuerdo con su edad, lo que significaba que su apariencia sería como la de un bebé grande. La rigidez se apoderaría de él, ya que, al no haber movimiento, sus nervios, huesos, tendones y músculos se irían atrofiando. No lograría sostener la cabeza y salivaría de por vida. Sus piernas estarían duras y probablemente cruzadas en posición de tijera, lo que dificultaría cambiarlo. Sus brazos se pondrían tensos, engarrotados e inflexibles. Como consecuencia, no podría abrir las manos; estas permanecerían cerradas y tiesas. El endurecimiento de su cuerpo sería tal, que ni siquiera podría sentarse en una silla de ruedas. Probablemente tendríamos que alimentarlo por medio de una sonda.

Junior estaba flácido; sus piernas y brazos, totalmente lacios, pero, extrañamente, sus manos siempre permanecían cerradas y costaba trabajo abrirlas. Tampoco sostenía la cabeza; si lo dejaba en la cama, boca arriba, boca abajo o de lado, lo único que hacía era llorar, sin realizar un solo movimiento. Yo sabía que no se caería de la cama, pero me angustiaba verlo inmóvil. En algunos niños con lesiones cerebrales semejantes, la rigidez comienza en las extremidades.

Después de mucho buscar y consultar a diversos médicos, llegamos a los Institutos para el Logro del Potencial Humano, con sede en Filadelfia. Todo empezó a cambiar con la metodología Doman, creada en 1955 por el médico estadounidense Glenn Doman, a donde nos trasladamos en busca de la alternativa que necesitábamos para dar esperanza a nuestro hijo. Iniciamos con esa metodología en octubre de 1994, cuando Junior tenía once meses, y una vez en ese camino, no nos detuvimos sino hasta mayo de 2002.

Después de leer el libro Qué hacer por su hijo con lesión cerebral, de Glenn Doman, recomendado por Ana Corral —mamá de un niño que ya seguía este programa y quien me enseñó muy bien el primero—, comenzamos a aplicarlo tres personas. Todos asumimos rápidamente nuestro rol, y lo primero que aprendimos fue lo que se llama "patrón", que consiste en la estimulación táctil, realizada entre tres personas que mueven todo el cuerpo del bebé al mismo tiempo y de forma rítmica. Una movía su parte izquierda, otra la derecha, y yo movía su cabeza. Al principio, ver esto me impresionaba; no se debe detener hasta terminar el tiempo indicado.

El propósito es llevar información al cerebro sobre la sensación de la movilidad humana, para que el cuerpo pueda imitarla de acuerdo con la etapa de desarrollo. Lo más importante es dejar el cuerpo en total libertad para moverse, evitando toda clase de artefactos como cuna, portabebés, andador, carriola, silla de ruedas, columpio, muletas, férulas, etcétera. Lo que hacíamos era programar su cerebro por medio de los sentidos, para que aprendiera cómo debía arrastrarse, gatear, caminar, correr, trepar y nadar.

Al mismo tiempo, despertábamos, activábamos y organizábamos sus sentidos mediante estimulaciones continuas para lograr que viera, escuchara y sintiera mejor. Todo esto iba acompañado de una serie de acrobacias que permitían que su cerebro registrara la sensación de movilidad y fijara su atención, para lograr un mejor desarrollo motriz, además de poder emitir sonidos con algún significado y agarrar objetos con ambas manos.

En cuanto comenzamos, vimos resultados. Lo primero que noté fue la fuerza en su cuello, pues logró sostener su cabeza a los tres o cuatro días de iniciar el programa. Junior ya se rodaba, y no podía dejarlo solo un segundo en la cama porque corría el riesgo de caerse. ¡Mi bebé rodaba! Irónicamente, el temor de que se cayera de la cama se convirtió en una de mis mayores alegrías. A los quince días, tal y como lo pronosticó Ana Corral, había avanzado más que en todo el tiempo de las terapias anteriores. Rubén y yo estábamos felices. Ahora estaba segura del camino a seguir.



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Mamá, escritora y conferenciasta. Autora del libro "El Color de la Esperanza"

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